Huir es el verbo
Una lectura desde el Centro de Investigaciones Populares
Una lectura desde el Centro de Investigaciones Populares
La voz del otro, su historia, su vida, supone siempre una entrega generosa. Esas voces, que en esta investigación se hacen palabras —escritas, habladas, pensadas, soñadas y vividas— puedo entenderlas, fundamentalmente, de dos maneras: desde la singularidad de cada persona y desde el mundo-contexto que comparten. Es decir, la persona en medio del contexto y, al mismo tiempo, el encuentro con la palabra que sirve de vínculo entre cada historia y su mundo.
De lo nomotético a lo idiográfico y viceversa.
Cada historia narra el mundo desde la singularidad de cada ser humano. Al leerlas, cada uno parecía decirme: “Aquí estoy, te regalo esta palabra”. Encontramos en esos relatos sufrimiento, pero bajo la sombra del esfuerzo y la resistencia. Sin conformismo, cada protagonista busca resolver e imponerse al contexto. Si me piden que defina el conjunto de estas historias, lo haría con dos verbos: convivir y luchar.
Luchan de distintas maneras. Las palabras, las narraciones, me tomaron de la mano y me invitaron no solo a conocer-convivir su mundo, sino a implicarme en la investigación que le da un marco adicional a estas historias. Me refiero al tema, a los objetivos de la investigación, a su búsqueda. Todo eso quedó atrapado en la riqueza de la palabra pronunciada por cada persona. Esta es una investigación que tiene rostros maternos, paternos, de hijos, de familias, de comunidades.
¿Qué fenómeno social da origen a esta investigación? ¿Qué propósito nos trazamos? ¿Qué queremos comprender?
Quisimos comprender qué vivencias produce la decisión de dejar la casa, la comunidad, los negocios, los trabajos… y huir. Utilizo el verbo huir porque es el vocablo más apropiado para hablar del desplazamiento forzoso. En Venezuela estamos viviendo una reconfiguración demográfica muy radical: la migración interna y externa. Desde el Centro de Investigaciones Populares (CIP) hemos venido advirtiendo el fenómeno de despoblamiento interno, con graves consecuencias en lo cultural, social, político, etc.
Con este trabajo conjunto entre La Vida de Nos y el CIP nos atrevimos a explorar un problema que pasa inadvertido en el país. El acento de las Naciones Unidas, de los grupos políticos, humanitarios, religiosos, etc., está en quienes se desplazan hacia fuera del país. La cifra de 7 millones 100 mil 100 personas desplazadas, refugiadas, migrantes, que han dejado atrás el país, acapara toda la atención. Y cómo no.
¿Pero cuántos venezolanos han tenido que dejar su hogar para desplazarse dentro del país?
No hay cifras. No hay datos. Y es difícil elaborar una metodología para abordar el problema sin un censo actualizado. Ya el que llevó a cabo el Instituto Nacional de Estadísticas en 2011 no es una referencia: han pasado 11 años, y en estos años han salido más de 7 millones de personas del país. Ya solo ese hecho reconfigura toda proyección.
Hoy la fotografía es otra.
En el CIP creemos que la movilidad interna es muy alta, pero no hay manera de documentarla, por lo menos no con información censal. ¿Tienen idea los políticos de lo que esta movilidad representa a la hora de una elección? ¿Tienen idea los organismos humanitarios de cuántos muertos y quiénes mueren en un desastre natural? Eso solo por mencionar dos temas cruciales.
Vivimos un proceso similar alrededor de la década de los 50 del siglo XX, cuando pasamos de ser un país rural a uno urbano: grandes olas migratorias comenzaron a llenar ciudades como Caracas, Maracaibo, Valencia, entre otras. Mucha gente se desplazó en búsqueda del progreso que ofrecía la industria petrolera y el trabajo que generaba. La gente salió del campo a trabajar: petróleo y trabajo eran los grandes movilizadores. Una migración interna, que tuvo sus efectos, sin la compañía de la emigración.
Nos acompaña en este recorrido una obra literaria, Casas muertas, de Miguel Otero Silva, en la que quedó plasmado ese ayer que, sin duda, reconfiguró el país. Salir de la comunidad para habitar otra, solo por la idea del progreso y el trabajo, fue una migración por decisión, no forzada, no huyendo: el campesino decidió ocupar la ciudad.
Ahora, en estos tiempos, mientras exploramos vías de construcción de una información censal que nos permita conocer cuántos, quiénes, cómo, y hacia dónde se han ido los venezolanos que se quedan en el país, esta es una aproximación muy valiosa.
Las historias registradas nos llevan a un punto de coincidencia: son protagonistas que se vieron forzados a la movilización por violencia, este es el detonante general; después encontramos otras razones: las económicas, las laborales, de servicios públicos, entre otras.
En fin, nuestras historias muestran una realidad y allí radica su valor. Con Ferrarotti (1981, p.13) podemos decir: “…Toda narración autobiográfica relata, según un corte horizontal o vertical, una praxis humana… Una vida es una praxis que se apropia de las relaciones sociales (las estructuras sociales), las interioriza y las transforma en estructuras psicológicas mediante su actividad de estructuración-desestructuración. Cada vida humana se revela hasta en sus aspectos menos generalizables como síntesis vertical de una historia social… ¿Cuántas biografías son necesarias para conseguir una ‛verdad’ sociológica; cuál material biográfico será el más representativo y nos dará de primero verdades generales? Quizás estas cuestiones no tienen ningún sentido… nuestro sistema social está todo entero en cada uno de nuestros actos, en cada uno de nuestros sueños, delirios, obras, comportamiento y la historia de este sistema está toda entera en la historia de nuestra vida individual.”
Coincidimos con Ferrarotti en el reconocimiento del valor heurístico de una historia de vida. En estas 18 historias —no en extenso, pero sí en cada acto, en práctica, en cada voz— está toda una comunidad. Esta es una aseveración invaluable, con grandes consecuencias en planteamientos de unos hallazgos tan sensibles como los que a continuación les invito a leer.
Son relatos con unas tramas que tienen confluencias: vidas que discurren en contextos distintos, pero con el mismo sentido vital. A mi modo de ver, el valor de todas ellas no está en el tema que narran sino en la vida que viven, en la convivencia y relación solidaria, esta es su fortaleza.
Leerlas nos permite comprender en concreto lo difícil que es la vida cotidiana para el venezolano. Vívidamente vemos las consecuencias del quiebre de la institucionalidad, nos encontramos con una sociedad tomada por la delincuencia. Por ello, la mayoría de las historias son narradas desde la indefensión (pero sin paralizarse, sin acobardase, sin resignación).
Las historias hablan por sí solas, no necesitan presentación, lo que puedo trasmitirles es el entusiasmo que produjeron en mí. Fascinación, curiosidad, no pude detenerme una vez comencé a leer y escuchar a cada persona.
No quitaré la magia a cada historia. Verán que una vez entren en el mundo de cada una no podrán salirse.
En Caracas hemos vivido masivos desplazamientos por la violencia. Unos de los más recientes ocurrieron en la cota 905, La Vega y El Cementerio. Salir en masa y dejarlo todo, sentir que tienes que dejarlo todo atrás y estás obligado por las circunstancias. De esto nos habló el padre Infante.
Historias similares de desplazamientos masivos las registramos en Apure. A la violencia delincuencial y a la violencia de Estado, se suma la violencia armada de grupos paramilitares y guerrilleros. Las personas son obligadas a abandonar su comunidad, su vida, su trabajo, “salieron de la casa con lo que llevaban puesto…”, es la expresión más contundente de un estado de guerra.
¡Guerra! Desde la vida cotidiana nos encontramos con ella: territorios fragmentados, aislados, tomados por el hampa, por las fuerzas de seguridad del Estado, Operación exterminio, extorsión, sicariatos, secuestros, amenazas: todos estos delitos ponen el marco más general del desplazamiento interno forzoso. Las consecuencias para la sociedad es la desintegración, es como una nube de langostas que a su paso va dejando desolación. ¿Qué se busca? El orden malandro, tal como lo señala Rosa en su historia.
Algunas otras prácticas expulsan a la gente de su comunidad de origen: el hambre es una de ellas. María Luna nos narra cómo tuvo que desplazarse al estado Apure para encontrar trabajo y poder alimentar a su familia.
Todos los caminos nos llevan a Roma, sin buscarla, sin conceptualizarla, nos encontramos con ella: eliminación del Estado de derecho. Hambre y sus causas y consecuencias, persecución policial que produce muerte, como en el caso narrado por Rafael: “…en febrero de 2022 mataron a un muchacho de 20 años que vivía en la misma cuadra que ella. La policía lo asesinó en una operación limpieza: las fuerzas policiales salen a matar a los jóvenes que se encuentran vinculados con las bandas.” Y la vinculación puede ser meramente instrumental, bajo coacción. Pero desde la violación de los derechos humanos pueden matar arbitrariamente sin que exista la pena de muerte.
Los jóvenes pasan a ser una de las personas más vulnerables de este sistema, en realidad, los extremos generacionales: niños y ancianos, junto a los jóvenes, según el informe anual de juventud 2019, del Observatorio Venezolano de violencia, 4 mil 582 jóvenes de 18 a 29 años fueron asesinados en el país. Fueron asesinados, alguien los mató. En esas muertes intervienen cuerpos de seguridad del Estado, y las mismas bandas criminales. Este es el sentido que encontramos en todos los relatos: “La delincuencia se ha ido apoderando poco a poco de las comunidades.” En voz de Alejandro Moreno, sería “una sociedad tomada por el hampa”.
Una sociedad tomada por el hampa es la muestra más clara de la arbitrariedad y la ausencia de un estado de derecho. Notemos que esta criminalidad aparece en nuestras historias, lo que decíamos al inicio tiene pleno sentido: en una historia está toda una comunidad.
El camino que tomó el Observatorio Venezolano de Violencia lo llevó a Roma, el camino que tomamos nosotros en esta investigación también nos llevó a Roma. Un mismo punto de llegada. En cada historia está el mundo de las prácticas, podemos acceder a ellas gracias a la narración. Vida y contexto se imbrican en la palabra.
*Mirla Pérez es directora del Centro de Investigaciones Populares. Es doctora en ciencias sociales y profesora invitada al doctorado en ciencias políticas de la Universidad Central de Venezuela, donde también es profesora titular en la Escuela de Trabajo Social. Articulista, analista social y autora de varios libros sobre familia, cultura popular y violencia delincuencial.
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Erick Lezama y Albor Rodríguez
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Este es un proyecto de La Vida de Nos en alianza con el Centro de Investigaciones Populares